Luego haces números, das mil vueltas a tu sueldo, a tu cuenta bancaria, a posibles (y seguros) futuros gastos… Al final dejé de pensar en ello, cualquier problema que encontrara en el camino lo solventaría (que inocente era...), no me podía poner freno algo como el dinero, el reloj continuaba avanzando y tenía 38 años. No quise que me frenara eso, mi madre crió a 3 hijos con lo justo, a veces sin tener para una barra de pan, ella era y es mi gran ejemplo, podría con todo, como pudo ella.
El día que le conté a mi madre mi decisión, sentí como si hubiera estado esperando que se lo contara, como si ella, antes que yo, supiera que me iba a decidir a ser madre por mi cuenta, sin pareja. De todas maneras, le conté mis motivos.
Durante toda mi vida, lo único que he tenido realmente claro es mi deseo de ser madre. Soñaba con ello, imaginaba mi tripa enorme con una nueva vida creciendo dentro de ella, estaba convencida de que sería el momento más feliz de mi vida. Pero los años pasan y no siempre ocurre todo como lo deseas. Relaciones que no funcionan, parejas que no consideras una buena opción para compartir algo tan importante como un hijo y, sobretodo, eso de lo que tanto me arrepiento, el esperar y esperar porque consideras que económicamente no es el momento. Qué equivocada estaba… Nunca debe de frenarnos el miedo, por nada. De todo se sale y ningún temor volverá a frenarme jamás.
A día de hoy sí, soy mamá. ¡Lo conseguí! Pero no fue sencillo. Tuve que pasar por innumerables pruebas, analíticas, cirugías, tratamientos, medicación, pinchazos y más pinchazos, especialistas de todo tipo…
Y tras varios años, 7 tratamientos de reproducción asistida, etapas durísimas, con lágrimas y más lágrimas después de cada betaespera, duelos, pérdidas, incomprensión, soledad… Me agarré a ese último intento, una maravillosa embriodonación.
Mi mente y mi cuerpo estaban ya muy tocados, pero no mis ganas de seguir. La lucha por mi mayor sueño estaba siendo larga y muy dura, pero algo me decía que continuara, que estaba ahí, esperándome.
Y me esperó. Y llegó. Un martes y 13 maravilloso, tras un último empujón, extendí mis brazos y la abracé para nunca más soltarla. Era ella, mi estrella preciosa. La luz que le faltaba a mi vida…
Todo pasa por algo, por muy duro que sea. Y yo estaba destinada a ser su mamá y ella mi niña. Lo más bonito que la vida pudo darme.
Y me faltarán días, horas en la vida para decirle los “te quiero” que le debo, por lo que tardé en encontrarle.
Gracias por aparecer, mi vida. Te quiero más que la vida entera.
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